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ALICIA ROSELL

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martes, 25 de septiembre de 2007

"BAJO EL CERRO DE SAN MIGUEL" - CONTINUACIÓN- (Espero que les guste: No hay comentarios)




"BAJO EL CERRO DE SAN MIGUEL"
Relato Finalista I Certamen Literario "28 de febrero" (1985)
Autora: ©Alicia Rosell

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SEGUNDA PARTE

Rafael se obsesionó con el amor de la paya; tan ciego se volvió que no barruntó que los hombres ya no lo miraban con esa respetabilidad que él se había ganado. Cuando compartía un vaso de vino y le espetaban más de una indirecta se quedaba alelado mirando hacia algún punto indeterminado de la tasca. Para distraer sus pensamientos estaban el cartel de toros de la última feria o la banderola española enmarcada y colgada en la pared roñosa y escarpada que tanto regocijo causaba entre los turistas.

Pasaron los calurosos días del estío y la relación del "Milenguas" con sus convecinos no mejoraba. Él, torpe como se había vuelto desde que estaba enamorado, siguió su vida sin percatarse de cuánto odio sembraban sus pies allá por donde pasaban; que sus palabras, que ya no eran comedidas como cuando llegara al barrio, eran ahora interpretadas arreglo a la nueva situación creada, y por desgracia, el gracioso taconeo de sus bailes significaba el aviso de malos augurios que se cernían sobre los sacromontinos.

Un atardecer, ya en la hora fresca, llegó Lola la paya al barrio. Hasta entonces nadie jamás había visto la belleza que había hecho presa en el corazón de Rafael. Ella, con su gracioso movimiento de caderas se sentó en una silla baja de esparto, cerca de la zambra gitana. Esperaba ver bailar a su gitano Rafael. Verlo aparecer en medio de la cueva y darle un vuelco el corazón fue todo uno.

Los espectadores lo recibieron entre aplausos y aclamaciones por su fina estampa y su bello rostro. Rafael la vio entonces allí sentada y no dio crédito a sus ojos, que se perdieron en los de la muchacha. "Tan bella y grácil como la primera vez que la vi", pensó mientras observaba su vestido violeta envolviendo su figura y arrebolando, más si cabe, sus ya sonrojadas mejillas.

Rafael, allí parado frente a Lola, parecía una estatua; tanto era el éxtasis en el cual se hallaba sumido. La música siguió girando en torno a las mismas notas mientras los guitarristas esperaban que aquéllos zapatos de bailaor hicieran atronar la cueva. Pero sus pies no se movieron y ni una sola nota de cante por granaínas salió de su garganta.

Alguien exhaló un suspiro desde la puerta; tal vez una mujer gitana que lo contemplaba llena de amor, y que no supo resistir el deseo que despertaba Rafael en ella.

"El Milenguas" mandó al maestro Mairena que dejara de rasgar la guitarra, y se acercó a la Lola.


- ¡Cómo no se me pasó por esta cabesita que un día tú vendrías a verme! Las gracias te doy, digo, mi Lola del arma. -Bastó este piropo para que la mayoría de mujeres que estaban presentes demudaran el color de sus mejillas; sin embargo, los hombres no se extrañaron porque se acercara a una buena moza, pues a la vista quedaban sus encantos.
Al acabar la actuación, muy aclamada como siempre, Rafael salió
acompañado de Lola, y juntos bajaron hasta Granada, ansiosos como estaban por dar rienda suelta a su amor.
- Si no huimos ya me tendré que casar con él, y por mi madre que me mato, Rafael. No puedo ser feliz si no es contigo.
- Entonces huiremos, mi arma, mira que el Milenguas lleva tiempo haciéndolo y se me va a convertí ya en costumbre. -Contestó el gitano sin poder dejar que sus manos enredaran con los tirabuzones de la mujer.

Aquélla noche subió Rafael las estrechas callejas más alegre que nunca. No pudo descansar en su jergón de paja, más bien parecía una dura tabla, porque le estaba haciendo añicos la espalda. Dio vueltas y más vueltas sin conciliar el sueño, hasta que harto de soñar despierto, se decidió a salir a la noche estrellada.

A lo lejos se escuchaban ruidos; quizás los gatos maullaban o los perros que ladraban, quizás los autillos clamaban desde sus árboles, en la orilla de los arroyos de la Alhambra. Era un silencio de noche cerrada, donde incluso el silencio se escucha: ora a su espalda, ora al frente, y así en interminables minutos que se fueron sucediendo en el transcurrir de la noche. Rafael, envuelto en las sombras que le ofrecía una luna llena que colgaba del firmamento, creyó sentir algo extraño y escurridizo que se le acercaba inexorable. Lo mismo le pasaría en noches sucesivas. Sobre el Sacromonte se cernía algo anormal. "Tal vez ha llegado el momento de sardar cuenta entre gitanos", pensó Rafael sintiéndose ajeno a tan luctuoso hecho.

Y así llegó el día en que varios gitanos de los más desarrapados se movieron sigilosamente tras un árbol, cerca de la cueva de los Mairena.

-No le vamos a hacé ná -dijo uno de ellos- Os traigo una noticia que celebrá. ¿A que no sabéis quié es la paya con la que habló? -Tres pares de ojos como tizones se lo quedaron mirando- ¡Ná menos que su amorsito del arma! Tenemos nuestras gitanas a salvo. ¡A dormí se ha dicho!

Un quejío largo y hondo barrió el silencio nocturno y resbaló por las cuestas del barrio hasta morir ahogado entre las aguas del Darro. La Torre de la Vela daba las doce campanadas una noche más como otra cualquiera. Aunque nadie supo jamás que estuvo a punto de no haber sido así.

Cada tarde, en el monte de San Miguel, junto a la ermita del patrón, Lola y Rafael se encontraban para estar más cerca del cielo y de las nubes. Revolcaban sus cuerpos en la hierba seca del campo, envueltos en el frenesí del enamoramiento. Mil besos y caricias zumbaban en sus oídos. Era el amor brujo y gitano, que se se daba cita cada atardecer frente a los picachos de Sierra Nevada.

Ya hacía días que las mujeres gitanas notaron como que sus hombres las trataban con más delicadeza. No las zaherían con largarse del Sacromonte si no desistían de su loco capricho por "El Milenguas". Ellas ni siquiera tenían la oportunidad de acercarse al bailaor más guapo que hubo jamás pisado el barrio. Era como si el Milenguas fuera escurridizo cual anguila. Siempre desaparecía sin dejar rastro en cuanto acababa la zambra en la cueva de los Mairena; ni siquiera los ojos que otrora lo habían espiado lograron averiguar dónde iba a dar su paradero. Tan poco sabían ellas de su amor por Lola. Hasta que una mañana bien temprano, la Camila escuchó a dos hombres relatar cómo intentaron matar una noche a Rafael, y por qué motivo no lo hicieron.

La Camila corrió con el chismorreo como alma que se lleva el Diablo de cueva en cueva, de gitana en gitana, e iba soltando el testimonio con desenfreno y abatimiento. Y según a ella le había herido el orgullo, así se iba hiriendo el de todas las demás.
Fue de esta forma que Rafael dejó de ser un ídolo. Enamorado hasta los tuétanos, se había convertido en un hombre corriente, mal mirado por las hembras pero mucho más que bien tratado por los varones.

En sus casas, cerca de las hogueras en un invierno que no tardó en llegar, las gitanas cosían la ropa de sus maridos, y preparaban la comida dejando resbalar furtivas lágrimas en sus pucheros. Si el Milenguas hubiera sentido sobre él aquéllas gotas saladas que derramaron las mujeres de sus compadres no habría podido evitar ahogarse con ellas. Pero él nada sabía, nada veía, ajeno como estaba a todo, pues sus ojos sólo iban en pos de Lola y los de Lola en pos de los de él.
Felices por haberse librado del destino casamentero que tenían previsto para la moza cuando hicieron creer a todos que ella había sido raptada por un bandolero de otra sierra; felices porque nadie sospechó que la Lola estuviera en el alto del Cerro de San Miguel y no la fueran a buscar allá, sus vidas corrieron tranquilas y solazadas.


Existió un barrio en Granada bajo el Cerro de San Miguel, donde un día llegó un tal Rafael Arroyo, apodado "El Milenguas"; un barrio de estirpe y solera andalusí y calé, de donde el gitano bailaor partió algunos meses después con el corazón henchido y orgulloso de llevar del brazo a la paya que se lo había robado; que se alejó del paisaje moro, del encanto de la zambra y de los gitanos sacromontinos de la bellísima ciudad de Granada.

FIN

Foto superior derecha: El bailarín Mario Maya


© Purificación Ávila © Alicia Rosell (1985) -Todos los derechos reservados-. Prohibida su reproducción.

A diferencia de la granína, los tercios de la media granaína son más cortos y su melodía algo diferente. Es un cante afiligrado y preciosista que produce más admiración que emoción. La abundancia de melismas proclama su ascendencia oriental más que otras especies de fandangos. el tema central es Granada, sus campiñas, sus tradiciones, su barrio del Albaicín, su Alhambra, etc... No es un cante gitano propiamente dicho, aunque algunos gitanos lo cantan extraordinariamente bien. A diferencia de la malagueña que es un cante minero, la media granaína es un fandango morisco repleto de historias de rebeliones, sobre todo en las Alpujarras.

Se le atribuye su creación a D. Antonio Chacón:

"Si yo te quiero de veras / gitana de Sacromonte / si yo te quiero de veras / se lo puedes preguntar / a la que está en la carrera / la patrona de Graná".